Editorial Aquí 339
En los años 80, cuando varios países salíamos de las dictaduras militares, la canción Todo cambia[1] impulsó más ánimo y esperanza en el nuevo tiempo de cambios que se iniciaba, cambios importantes en la política no solo del país sino en varios países de Latinoamérica. Las dictaduras y el autoritarismo caían y volvía la “democracia”, al menos había libertad de expresión y no había que “andar con el testamento bajo el brazo”, como recomendó el militarote Luis Arce Gómez, es decir el temor a la represión se había disipado.
Quienes tomaron el poder fueron las corrientes neoliberales con la privatización de empresas estatales, la corrupción infaltable, desregulación laboral, aumento del trabajo informal y de la pobreza, es decir fueron tiempos del “sálvese quien pueda”.
Luego, ya en los inicios del presente siglo, llegó la ola de populismo bajo el manto del Foro de Sao Paulo que luego conformó los gobiernos del llamado Socialismo del siglo XXI. La nueva versión socialista supuestamente sería democrática de verdad, controlaría al capital privado, se impulsaría la inclusión, la participación, se acabaría con la flexibilización laboral y la pobreza, habría respeto a la libertad de prensa y de expresión, se combatiría la corrupción; pero, no todo lo que brilla es oro, pues al cabo de un tiempo, en varios países de ese grupo, empezó la persecución a opositores, la judicialización de la política, se eliminó la independencia de poderes y desapareció el estado de derecho; se despilfarró el erario público en la ejecución obras mal hechas y con sobreprecio; la corrupción continuó y el enriquecimiento de jerarcas fue normal; las dirigencias de organizaciones sindicales y de otras populares fueron cooptadas con prebendas y cargos públicos para ellos mismos o a sus allegados; se condicionó al periodismo crítico e independiente sometiéndolo con asfixia económica al haber constituido, los gobernantes, la propaganda estatal como fuente de subsistencia; se cultivó el culto a la personalidad y primó el autoritarismo de los gobernantes antes que la democracia interna. Estos gobernantes desacreditaron a la izquierda y reprodujeron las taras de los gobernantes de derecha, además que favorecieron los intereses económicos de empresarios, es decir fueron unos impostores. Sin embargo, en este recuento de gobernantes y países del Socialismo del siglo XXI hay salvedades: A José Mujica del Uruguay se le puede reprochar haber aupado a gobernantes impostores, como lo hizo con Evo Morales, pero su paso por el gobierno de su país y su vida misma se caracterizó por la coherencia y por reconocer errores cuando los tuvo.
Este proceso de desilusión de grandes sectores de la sociedad llevó a que los sectores conservadores se proclamen como salvadores. Es así como surgen Temer y Bolsonaro después de Lula y Rousseff en Brasil; Macri después de los Kirchner y Milei después de Fernández en Argentina; Moreno, Lasso y Noboa después de Correa en Ecuador; Añez después de Morales en nuestro país.
En Bolivia, para muchos, la esperanza del llamado “proceso de cambio” fue desdibujándose como se señaló antes: a sus inicios hubo mucho dinero y muchas obras, pero también corrupción, represión, ejecuciones extralegales, autoritarismo, culto a la personalidad y tras el fraude electoral de 2019 llegó un gobierno que fue peor que el anterior. Tras nuevas elecciones volvió a gobernar el partido de Evo Morales que estuvo en el gobierno 14 años; pero, el legado desastroso de Morales —el “eterno” Presidente y eterna víctima— es irreversible porque su régimen fue despilfarrador antes de ser previsor, pues hoy no hay combustibles; no hay dólares para la importación de insumos; hay desabastecimiento de medicinas y alimentos de primera necesidad y si los hay, están a precios altos; hay aumento de la desocupación y de las actividades informales; el crimen organizado (narcotráfico, contrabando, trata de personas, sicariato y otros delitos) se ha incrementado… Pero la unidad de partido gobernante se fracturó por el egocentrismo y protagonismo del expresidente Morales, quien estaba seguro de ser el gobernante detrás de la silla del presidente Arce Catacora, situación que no sucedió, aunque en varias circunstancias los legisladores de ambas corrientes actuaron al unísono en muchas decisiones parlamentarias.
Reproducción del egocentrismo y autoritarismo
Con este panorama, la oposición —entre ellos hay allegados a las dictaduras militares, neoliberales y privatizadores— consideró que las próximas elecciones serían la alternativa para derrotar al gobierno del “Proceso de cambio”; pero, en los precandidatos opositores primó el personalismo y el egocentrismo, antes que la unidad programática y la búsqueda de un candidato único capaz de encantar a los electores frente al tremendo aparato propagandístico y prebendal del partido que ya lleva 19 años controlando al Estado.
Pero tal como va el proceso electoral, la oposición —aunque muchos saben que se trata de una oposición funcional, porque hace todo lo posible para que el MAS vuelva a ser reelegido con cualquier postulante a la cabeza— en vez de unirse están muy divididos y sus “líderes” asumen los mismos rasgos autoritarios de sus predecesores (Evo Morales y Arce Catacora), pues para aquellos el “dedazo”, el veto, las listas negras están a la orden del día: el autoritarismo que antes criticaban ahora lo practican sin avergonzarse.
Tras la declinación de Arce Catacora como candidato presidencial y la división de la “oposición”, el triunfo electoral del llamado “proceso de cambio” está asegurado tras dejar atrás las rencillas con una fórmula de unidad para garantizar su impunidad; como dijimos antes[2], están obligados a ganar porque hicieron mucho daño. Definitivamente nada, nada ha cambiado.
[1] Canción de Julio Numhauser, uno de los fundadores del grupo chileno Quilapayún